Ella



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Ella
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Ves como la besa con sus ojos fijos en ti y por un instante después de limpiar el recuerdo de sus labios contra los tuyos  deseas plantarte frente a él y burlarte por intentar sacarte celos de esa forma tan infantil pero es cuando recuerdas que tú haces exactamente lo mismo. Cuando sus manos se deslizan bajo la falda de esa putaobre chica, inspiras profundamente y te levantas sonriendo con tranquilidad ignorando las miradas y cuchicheos que se expandieron ante ese insignificante movimiento y le indicas a tus amigos que irías al baño, ellos asienten medios aturdidos por tu repentina salida, pero no te molestas en dar explicaciones. Lo único que te mueve es la mirada de Él.
No odias a la chica ‘de turno’, de hecho sientes un poco bastante de lastima, y sabes que el sentimiento no es mutuo. La chica simplemente desea tu muerte. Empujas tu cabello y sonríes amistosamente a un par de personas antes de armarse de valor e ir a saludarlos.
Él te mira, como siempre, con esa mueca de incomprensión y eso está bien. Prefieres que no te comprenda, que se frustre y que te repita que te odia antes de verlo deprimido y roto. Sonríes y le quitas cariñosamente un mechón de cabello que se interpone en su visión antes de lentamente inclinarte y posar un suave y casto beso en su mejilla. Ambos saben que dudaste y que deseabas, una vez más, besarlo. Por eso te enderezas rápidamente y sonríes hacia la otra dándole un efusivo ‘buenos días’.
¿No ves que estoy ocupado? –pregunta él alzando su ceja izquierda. La que tiene perforada. Tu mente viaja con rapidez al día en que lo acompañaste a hacerse ese pircing, porque era tú capricho, no el suyo. Empujas el dolor que te causaron sus palabras y no permites que tu sonrisa se tambalee antes de colocar sus manos sobre sus caderas imitando la conocida pose de su suegra. Ex suegra.
Eres un bastardo mal educado. –espetas con brusquedad antes de girarte y caminar con el mentón alzado hacia donde te están esperando. Él no la detiene. Nunca lo hace, pero eso no evita que duela. Subes las escaleras demostrando calma cuando la única cosa que quieres hacer es girarte y refrescarle un par de cosas. Por ejemplo, lo loco que se volvía un simple aliento sobre su cuello.
Ríes, aunque tu mente está centrada en él y hablas amistosamente con las chicas aunque no tienes idea de lo que dices. No te quejas cuando tus amigos te abrazan porque nadie se da cuenta de lo mucho que te incomodan esas cosas y tu sonrisa se mantiene en su eterno lugar pero lo único que quieres hacer es romper a llorar y lanzarte una vez más a sus brazos.
No notas las miradas expectantes y curiosas que te envían tus amigos hasta que alguien toca tu hombro, te giras y te encuentras de frente con un guapo chico. En lo primero que te fijas es su pircing, en la ceja derecha,  y luego en sus seductores y carnosos labios. Piensas que son besables, demasiado para tu salud mental, en especial cuando sonríe justo como ahora… con burla.
El extraño chico dice algo a lo que respondes con un balbuceo sin sentido. No eres tímida, pero ese chico tenía algo que le ponía nerviosa. Sorprendida, te das cuenta que es la primera vez que te sucede, porque ni él causó esa reacción en ti.
¿Me dejas pasar? –preguntó el desconocido con clara diversión por su despiste, asientes, aturdida y antes de poder moverse es empujada sin consideración. La única que suele hacer eso va colgada del brazo de él. En otra ocasión, eso te habría enfurecido o pensarías en lo patética que es, pero esta vez te hizo chocar contra el ‘chico besable’ quien debe sostener para no caerte. Él pasa por tu lado, dándote una mirada despectiva, y repentinamente tienes ganas de romper a reír. De pura e hilarante felicidad.
Porque aunque sus estúpidas escenas para sacarte celos funcionan, tú no lo demuestras. Él en cambio… Él sigue fallando en esconder sus reacciones.
En silencio, ambos saben que ella fue la que ganó esta vez. 

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