Nostalgia
Las risas sonaron estridentes y demasiado molestas
para sus oídos, se encorvó e imitó el movimiento de las carcajadas del grupo,
tras hacerlo se preguntó cuantas veces había repetido ese gesto de forma
inconsciente y no se asombró por no ser capaz de contestarse.
<<Deja
de fingir>>
Su espalda se tensó de golpe y borró la sonrisa
estúpida que había estampado en su rostro, estaba segura que sus mejillas
habían perdido color, que sus pupilas se dilataron y que sus manos temblaban de
forma visible. En días como ese, odia aun más su recuerdo.
Una de tus amigas deja de reír, mirándote de forma
interrogante y otra aun soltando risitas bajas te pregunta si estás bien.
Vuelves a sonreír con tanta tensión que ellas te dan un apretón en las manos,
pero el momento de incomodidad sale volando cuando el único hombre del grupo
suelta otra graciosa broma y todas vuelven a estallar en contagiosas
carcajadas. Todas exceptuando tú.
Inspiras profundamente e intentas unirte a ellos,
intentas no apartarte y mirar con repugnancia al hombre que te dio la vida. A
tu padre. Sueltas uno que otro comentario, solo cuando crees que te miran
con preocupación, así evitas romper la armonía que habías construido con
excesivo esfuerzo. No vas a arriesgarte a perder algo que creaste con años de
silencioso sufrimiento en un simple día, por un recuerdo de un muerto.
<<No
eres perfecta, así que deja de intentar demostrarlo>>
Debiste haberte quedado en silencio por más tiempo del
que creías porque él te mira de forma burlesca y te pregunta si te habías
perdido en el país de las maravillas, te dan ganas de decirle que en realidad
estaba pensando en las formas de asesinarlo sin que sospechen que eres la
culpable, pero te limitas a mantener la cara desprovista de expresión y te
encoges de hombros. Tus dos amigas te miran con palpable lastima, mientras la
tercera vuelve a hablar animadamente con tu padre sobre la música que
escuchaban, por un segundo sentiste una punzada de celos por la rápida forma en
que habían podido tener un tema mientras tú todavía luchabas por encontrar algo
que los hiciera parecidos.
<<Si
derramas una lágrima más por él, lo asesinaré y te regalaré su cabeza como
trofeo>>
<<Prometo
no volver hacerlo>>
¿De cuándo que no recordabas eso? Sonríes con
nostalgia, envuelves tus brazos
alrededor de tus piernas para intentar darte un poco de calor y evitar el fuerte viento, las bromas continúan con un
coro de risas incluida la tuya. Y no puedes evitar sentirte culpable, otra
promesa sin cumplir, otra vez pensando en alguien que se había marchado hace
mucho tiempo de tu vida, repentinamente te vuelves el foco de la atención
gracias a una graciosa comparación de tu rostro con un culo, amabilidad de tu
encantador padre.
Las risas mueren al ver que esta vez no rompes a reír
como las otras innumerables bromas hacia tu persona, sin embargo, no te
molestas en sonreír para aliviar la tensión. Tus amigas giran los rostros,
intentando no hacer contacto con tus gélidos ojos verdes y así no ver la
horrible verdad tras tu fachada de perfección. Tu padre alza su ceja y coloca
una sonrisa juguetona, demasiado infantil para un hombre de su edad, y con tus
gemas esmeraldas te das cuenta que esa sonrisa era igual a la tuya. ¿O es que la
copiaste de él? Te estremeces al pensarlo.
—Oh,
vamos, no te pongas exagerada o terminaras tan remilgada como tu madre.
Lo miras y muerdes tu lengua para no decirle que
cualquier cosa sería mejor que parecerse a él, si no fuese porque tu celular
comienza a sonar con una conocida melodía hubieses tirado por la borda todos
tus intentos de perfección. Te disculpas con una sonrisa y corres a contestar,
lo más lejos posible del grupo, tropiezas un par de veces y por suerte no
caes o volverías a ser el blanco de
burlas. No es como si importase, pero eso terminaría por desquiciarte.
Apenas aceptas la llamada, del otro lado cuelgan, no
puedes evitar sonreír con dulzura al ver que el número es de una de tus amigas.
Giras un poco y ambas te guiñan disimuladamente el ojo antes de volver a la
conversación. En silencio, guardas tu celular y bajas tu cabeza. ¿Merecías que
ellas te trataran así? No lo creía.
Subes a una roca, escalando con facilidad, ¿es que tu
patosidad también es una farsa? Ya no lo sabes, y repentinamente, no lo quieres
saber. Metes la mano a tus bolsillos con la vista fija en el mar, y sonríes
cuando chocas con una cajetilla de cigarros, prendes uno e inhalas
profundamente cerrando los ojos ante la placentera sensación del humo
penetrando tus pulmones, el cigarrillo se deslizó entre sus dedos y fue a parar
en el agua cuando sentiste una presencia justo atrás tuyo.
Giras, colocando tus ojos en blanco al notar que no
había nadie, pero tus ojos viajan de forma instintiva a la casa abandonada a la
cual habías estado planeando meterte con las chicas y tiemblas al darte cuenta
que en una de las ventanas había una silueta. Toses, de forma frenética, sin
poder apartar la mirada de aquel lugar. ¿Era
lo que creías que era? ¿O simplemente era una persona que se coló a…? Sí.
Sin duda era lo segundo, porque por muy desesperada que te encontraras no sería
a él a la persona a quien querría ver.
<<Si
te vas ahora, jamás me volverás a ver>>
Tus ojos se inundan ante esa frase. Tu mejor amigo, tu primer amor,
ese chico que te enseñó a vivir probablemente nunca pensó en el peso de esa
fatídica pelea. Ninguno imaginó que tras esa discusión él… moriría.
Ahora alguien había curado las heridas y las estaba
cicatrizando con una rapidez bastante alarmante. Sonríes por primera vez en días,
y giras a ver el mar con esa cálida sensación que se instalaba en tu pecho al
pensar en tu nueva amiga, pero sus pensamientos fueron bruscamente rotos cuando
alguien se dejó caer a tu lado.
No tienes que mirar para saber de quién se trata, pero
con tu típico masoquismo, te giras y ves a tu hermano notando lo pequeño e
infantil que parecía con sus mejillas rojas y con sus ojos llenos de ilusiones.
¿Te viste alguna vez así cerca de tu padre? No, nunca, y jamás lo harás.
— ¿Por
qué te largaste?
—Me
llamó mi novio. –mientes sin siquiera pensarlo, solo soltando palabras por
inercia.
— ¿ya
tienes una víctima nueva? Wow. Esta vez
tardaste.
Sus palabras te duelen, y él lo sabe, sonríes con
torpeza y clavas tus ojos en el mar, tu hermano suelta un suspiro y luego aclara
su garganta. Está nervioso.
— ¿Le
contarás a mamá que papá volvió a beber?
No necesitabas decirle nada a tu madre puesto que ella
lo sabía, el único que todavía creía en las ‘rehabilitaciones’ de tu padre era
el pequeño inocentón que estaba a tu lado, él te mira con atención intentando
descifrarte y te obligas a negar.
—No.
No le diré que esta ebrio.
— ¿Lo
prometes?
—Promesa.
Él se marcha, satisfecho, sin ver las lágrimas que
caen de tus ojos que se deslizan con infinita lentitud por tus mejillas, que
rompen esa promesa que alguna vez hiciste. ¿Pero de que te sirve prometer?
Jamás cumples. Tampoco lo harás con tu hermano, lo miras ignorando la bruma en
tus ojos recordando el momento en que su comportamiento había cambiado.
<<Ojalá
hubieses muerto tú>>
Ojalá lo hubiese hecho, hermano, ojalá.
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